Ten paciencia con todo aquello que no se ha resuelto en tu corazón e intenta amar las preguntas por sí mismas, como si fueran habitaciones cerradas, o libros escritos en una lengua extranjera.
No busques ahora las respuestas que no estés preparado para vivir, pues la clave es vivirlo todo.
Vive las preguntas ahora.
Tal vez las encuentres, gradualmente, sin notarlas, y algún día lejano llegues a las respuestas.
RAINER MARIA RILKE,
Cartas a un joven poeta
Es cierto que creemos que pasamos gran parte del día haciendo preguntas. Como también creemos que respiramos (y por eso vivimos) cuando cada vez proliferan con más éxito los cursos para aprender a respirar conscientemente...
Nos ocurre algo muy similar cuando formulamos preguntas. O cuando creemos que formulamos preguntas... inteligentes.
Una pregunta es una invitación. Una invitación a pensar, explicar, agudizar, profundizar, informar, investigar, conectar.
Una buena pregunta está claramente formulada y nace de una actitud abierta y curiosa.
Una buena pregunta permanece en la historia de la otra persona.
Una buena pregunta pone en marcha la reflexión.
Una buena pregunta conduce a una aclaración, a nuevas ideas o a una nueva perspectiva para quien responde a ella.
Las buenas preguntas son auténticas, hacen pensar a la otra persona. ¿Aptas en cualquier conversación?
Quizá no, quizá encajan, quizá tienen cabida en las conversaciones profundas.
Podemos hablar por hablar, de cualquier cosa, sin ninguna meta más que llenar el tiempo. O podemos tener conversaciones que tratan realmente sobre algo, que tienen un sentido. Una finalidad.
Son esas conversaciones que te permiten abrir la exploración adicional de ideas y conceptos, de interrogantes y concepciones de la vida, son conversaciones impregnadas de búsqueda de sabiduría, estimulantes. Adictivas. Sencillamente adictivas.
Sin embargo, o al menos bajo mi propia experiencia, son pocas las personas con las que podamos tener el lujo de mantener conversaciones, intercambiar preguntas y bailar, bailar cognitivamente, disfrutando del salto de unas ideas a otras, de unas reflexiones a otras...
Quizá nuestra biología tenga parte de culpa. Me explico. Seguro que en alguna conversación has sufrido el secuestro de tu diálogo, esto es, andas contando y explicando algo cuando alguna persona presente en la conversación interrumpe sorprendentemente tu relato, porque ella también ha vivido algo similar, y ¡zas! el pretexto de esa coincidencia la invita a enganchar su relato, el relato de su experiencia (similar a la tuya, valga por ejemplo, un viaje) con el máximo de detalle... secuestrando tu tiempo, atención y relato. Ya no tiene cabida tu narrativa, la atención ha pivotado. Ahora es otra la persona que se ha apropiado de tu historia.
Y no te esfuerces mucho, ese interlocutor está más ocupado en sí mismo (ego) que en atender a lo que querías compartir. No es más (¡ni es menos!) que no tiene capacidad de escucha. Irritante. Y lo peor, acabarás por evitar provocar conversaciones cuando esta persona esté delante.
Claro, es una usurpadora de momentos.
Y es que hablar de uno mismo es para nuestro cerebro una experiencia altamente gratificante.
¿Sabes que se ha analizado por Resonancia Magnética Funcional como responde nuestro cerebro ante estas situaciones?
¿Y sabes qué hemos visto?
El hablar de uno mismo activa el sistema de recompensa cerebral, vinculado a las sensaciones placenteras estimulantes. Tenemos una buena descarga de dopamina.
Quizá por eso, no sea frecuente encontrar personas que tienen capacidad para frenar esos impulsos de protagonismo, y ser capaces de, en esa pausa, dirigir su atención a la formulación de preguntas, que una vez sumergidas en ellas, son tan altamente gratificantes como esa descarga de dopamina.
Por otra parte, formular preguntas puede crear un espacio de incomodidad, y esto, obviamente, poca dopamina genera. ¿Por eso quizá, aún inconscientemente, las evitamos?
¿Cuántas veces a los niños/niñas de pequeños, les dicen "Eso no se pregunta" ? Para que ni más ni menos, se evite esa sensación incómoda, aunque en muchas ocasiones, esa misma pregunta es la persona adulta quién se la hace, pero nunca se atreve a verbalizarla.
Esas preguntas que requieren razonar, repensar, hablar incluso de lo tabú.
No hablo de preguntas maleducadas, no hablo de esas fuera de lugar, hablo de esas que dan pie a salir o a exponer las creencias.
Tolerar una pregunta y que te desafíen, que te inviten a profundizar, a reflexionar y, a veces, incluso a cuestionar tu propia forma de hablar y de pensar nos pone ansiosos y preferimos salir por la tangente. Al fin y al cabo, nuestra identidad deriva en gran medida de nuestras opiniones y creencias...
¿Cuándo reaccionas a la defensiva ante una pregunta?¿Estás abierto a datos que socavan tu opinión? ¿O realmente no?
Piensa en un momento en el que te sentiste incómodo/a a tras una pregunta. ¿De qué no querías hablar? ¿Qué querías defender, proteger?
¿Has hecho alguna vez una pregunta que haya puesto a otra persona a la defensiva, incómoda o enfadada? ¿Qué creencia piensas que estaba tratando de proteger?